Justo estos días se cumplen 25 años de la legendaria Copa de Granada 92, en la que se ganó contra todo pronóstico gracias al paso adelante que dieron ante las complicaciones varios jugadores muy jóvenes y al compromiso inquebrantable de los veteranos, que detestaban el conformismo.
En cuartos frente al Real Madrid, como contábamos el lunes, fue Juan Aísa el “invitado inesperado”, y en semifinales, como no podía ser menos en el partido contra el Joventut, el otro gran club de canteras con el que en aquellos años Estudiantes se jugaba la supremacía de nuestro basket, un canterano: Pablo Martínez. Así lo contaba en el libro “Club Estudiantes, 60 años de baloncesto” que editó en 2008 la Fundación Estudiantes el “maestro” Alonso de Palencia, uno de los cuatro autores de esta obra. El adversario de Estudiantes en semifinales era, para no perder la costumbre de la temporada, el Joventut de Badalona. Había cierto pique entre los colegiales por las dos recientes derrotas ante ellos, en Liga Europea y en ACB. Por esta razón, los de Martín salieron como un huracán y desarbolaron por completo a los verdinegros, ante el jolgorio de una Demencia que ya poblaba las gradas del pabellón. La entrada de los dementes fue espectacular: primero, se ganaron el cariño de la afición local por su cántico de “Granada mañana será musulmana”. Después, fueron obsequiados por las risas cómplices de casi todos ante una pancarta que hacía la leña necesaria y justa del árbol caído: “Antúnez, bocazas, el Madrid ya está en casa”. En lo estrictamente deportivo, los primeros treinta minutos del partido fueron espectaculares, con dos equipos que defendían con fuerza y atacaban con todo; dos equipos que peleaban bajo los tableros sin perder la cara al contrario y que respondían con un enceste a cada canasta del rival. No había un momento de respiro y encima jugaban como los ángeles. El primer traspié lo dieron los catalanes, y Estudiantes supo aprovecharlo con un Juan Orenga capaz de multiplicarse en las zonas. Mención especial merece el partido de Pablo Martínez: consciente de que la ausencia por lesión de Azofra dejaba la dirección del equipo en sus manos, el base madrileño no se arrugó ante la cita y desplegó su mejor baloncesto para la ocasión. Tiros de tres, asistencias, rapidez en las transiciones, carácter para manejar el ritmo del partido… Todo lo hizo bien Pablito aquel día, incluso defender, aunque, eso sí, a falta de tres minutos le cayó la quinta personal y Aísa tuvo que ejercer como base. Y no es que lo hiciera mal, pero Tomás Jofresa y Jordi Villacampa le apretaron mucho en un par de ocasiones y forzaron un par de errores que dieron dramatismo al asunto.
A falta de 90 segundos, Estudiantes parecía tener la victoria en el bolsillo (78-69), pero la reacción de la Penya provocó que Estudiantes pasara de tener el partido ganado a tenerlo perdido. Con 78-77 y 27 segundos por jugar, Winslow erró un uno más uno que hubiera sido casi definitivo, dando al conjunto de Sáinz la posibilidad de ganar el encuentro. Los catalanes jugaron con calma su última posesión y confiaron la eliminatoria a las manos de un Villacampa, que había anotado siete de sus doce tiros de campo, incluyendo un triple. El escolta tarraconense consiguió una buena y cómoda posición de tiro, se levantó, realizó su elegante y precisa mecánica de lanzamiento… y falló. Estudiantes estaba en la final. La alegría en el seno colegial era inmensa. Por segundo año consecutivo se iba a disputar el título copero al vencedor del encuentro entre el Barcelona y el CAI Zaragoza. En la rueda de prensa posterior a la semifinal, un concentradísimo Alberto Herreros clamaba venganza: “El Barça, el Barça, yo quiero al Barça, quiero vengarme de lo del año pasado”. Pinone, más cauto y diplomático, opinaba lo contrario: “En realidad da igual el rival, ambos son buenos equipos, pero quizá el Barcelona tiene jugadores más expertos en estos partidos y sería más difícil”. Rickie Winslow, por su parte, volvió a actuar de profeta. De cara a la final, el alero lo tenía todo muy clarito y, superando sus carencias (nunca se llevó bien con la lengua de Cervantes), dedicó un par de veces tres palabras (que le tradujo además Pablo Martínez) a los aficionados del Estu congregados en la salida del pabellón: “Demencia, mañana fiesta”,“Demencia, mañana fiesta”.