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Devolver cuentas pendientes al Barça es de horteras (Guillermo Ortiz)

18 noviembre 2016

Este domingo Movistar Estudiantes visita el Palau Blaugrana, una de las canchas donde más ha sufrido históricamente el equipo colegial. Guillermo Ortiz, autor del libro “Ganar es de horteras” repasa para clubestudiantes.com algunas de esas cuentas pendientes con el FC Barcelona: desde la Copa del 91 a la final ACB de 2004, pasando por la Korac del 99. (Texto publicado originalmente en 2013)

Devolver cuentas pendientes al Barça es de horteras (Guillermo Ortiz)

Hubo un tiempo en el que Estudiantes y Barcelona no se jugaban entrar en la Copa sino que se jugaban la Copa, sin más, el trofeo enorme con sus garabatos y sus lujos y su prestigio. Era el año 1991, previo de Estambul, y en el Estu jugaba aún Antúnez formando quinteto con Herreros, Winslow, Pinone y Orenga. En el banquillo esperaban Azofra, Montes, Arranz, Alfonso Reyes, Pedro Rodríguez… y el Cura daba las órdenes que se podían resumir en “para adelante a toda leche, para atrás a toda leche”. Era un baloncesto bonito.

Aquella final de Copa era la primera de mi vida y no estaba preparado para perderla. Habíamos ganado al CAI fácilmente en cuartos pese a jugar en su casa y las semifinales contra el todopoderoso Montigalá Joventut habían sido un paseo. ¿Qué podía fallar? El Barcelona no era sino un equipo venido a menos, con Maljkovic en el banquillo, y que aún dudaba si encomendarse a sus clásicos –Solozábal, Epi, Jiménez, Norris, Trumbo…- o apostar decididamente por las nuevas promesas –Galilea, Lisard González, el recién fichado Montero…-.   A mediados de la segunda parte ganábamos por doce puntos de ventaja. Éramos mejores. Punto. Los chicos de la Demencia aparecían en la tele abrazándose y festejando como nos abrazábamos y festejábamos nosotros en casa, demasiado jóvenes para viajes kilométricos en pleno domingo. Fuimos campeones de Copa durante treinta minutos y luego llegaron Epi y Piculín Ortiz y decidieron que ya estaba bien mientras Joan María Gavaldá, comentarista junto a Pedro Barthe, jaleaba cada canasta del Barça, cada piedra en una remontada que les llevaría a colocarse dos puntos por delante a pocos segundos del final, la bola para el Estudiantes, bloqueo directo de Pinone a Azofra y pase a Herreros para que tire solo de tres, perpendicular a la canasta, una jugada perfecta… el balón golpea en el aro y sale despedido.   Alberto, Alberto… ¿por qué tantos disgustos?
 

  A partir de esa iniciación a lo que era el Barça la verdad es que las cosas no mejoraron: meses después nos dejaron fuera de la final de la ACB en un partido con dos prórrogas que ganó Galilea y perdió Carlos Montes. A lo largo de los 90 se dedicaron a eliminarnos sin piedad cuantas veces les fue preciso, siempre en semifinales. Mientras escribía “Ganar es de horteras” se me ocurrió mirar cuántas veces seguidas habíamos perdido en play-offs en el Palau de 1990 a 2005, el resultado era aterrador: diecisiete. Diecisiete veces teniendo que escuchar la puñetera marcha triunfal de Aída mientras los nuestros se iban cabizbajos y nos decíamos: “Ya será el año que viene”.   Entre esas múltiples derrotas hubo dos que escocieron más que el resto. Dos finales. El Estudiantes ha pasado en tan poco tiempo de jugar finales a sufrir descensos que ahora no sabemos muy bien qué hacer cuando somos novenos, si pedir a la directiva que dimita o bañarnos en los Delfines. En 1999, nos robaron la Korac. No digo los árbitros, que los pobres solo pasaron por ahí, sino los jugadores, el equipo, todos… Aquella Korac era nuestra, nos la habíamos ganado en el partido de ida, aquellos 16 puntos de ventaja sin Chandler Thompson, con Felipe Reyes jugando de tres para defender a Gurovic… Fui con toda mi familia a levantar la Copa y a los trece minutos ya perdíamos por 20 de diferencia. En mi vida me he sentido más atracado como aficionado, más desposeído de algo que ya consideraba mío.

 Quizás ese día me hice mayor.   La otra gran final era la de 2004, pero ahí ninguno pensábamos que fuéramos a ganar. Enfrente teníamos a Bodiroga, a Fucka, a Dueñas, a Navarro, a Rentzias… y nosotros, ¿qué? Brewer, Loncar, Nachocho, Patterson, Jiménez, Felipe, Pancho Jasen… Niños contra hombres. Eso sí, les dimos un susto. Un buen susto. Era tan jodido, tan jodido que al final casi se hace posible. Del 2-0 pasamos al 2-2, Laporta no sabía dónde meterse en los pasillos de Vistalegre, un Vistalegre con 15.000, 16.000 personas. La locura. La demencia. El quinto partido nos lo ganó De la Fuente. De todos los jugadores que tenía ese equipazo va y nos gana el único que salió de nuestra cantera… La última canasta de esa eliminatoria la metió Sergio Rodríguez.  

  Sí, fue una desgracia. Una pequeña desgracia, porque, ya saben, ganar es de horteras, y si llegamos a ganar, ¿qué? ¿Contratamos a Pepe Reina para que se emborrache y le ponga un cubata en el hombro a Iker Iturbe? No fastidies. ¿Llamamos a Bisbal y a Manolo Escobar para que den un concierto especial en La Nevera? No, no, el entusiasmo es otra cosa. La alegría del deporte es la pequeña revancha, esa revancha de cuartos de final en 2005, primera victoria en el Palau después de 15 años remando, ese 73-74 agónico en el primer partido para acabar ganando 3-1 la serie. No saben cómo lo disfruté. En serio, no lo saben. En semifinales, llegó el Madrid de Felipe Reyes y Alberto Herreros y nos ganó en cuatro cómodos plazos, sí, pero la “vendetta” estaba cumplida. Podíamos irnos tranquilos a casa.   Al fin y al cabo ese tiene que ser el gran objetivo de este equipo, de este club, que al final del partido, pase lo que pase, nos clasifiquemos para Vitoria o nos resignemos a ver la Copa por la tele, podamos irnos tranquilos. A casa o al Victoria o a donde sea.     Artículo publicado originalmente en enero de 2013.   Guillermo Ortiz es escritor, autor entre otras obras del libro «GANAR ES DE HORTERAS. 25 años de apogeo y desplome de la ACB con el Estudiantes por montera» y de «Historia de una rivalidad. Estudiantes- Real Madrid», ambas disponisbles en Ediciones JC.