El taller se desarrolló en la sala de descanso del albergue de Sierra Nevada con el monitor Héctor al mando. Primero, las jugadoras tuvieron que pasar una experiencia estresante e inquietante. Se tuvieron que vendar los ojos y hacer un pequeño recorrido por el recinto a ciegas con la ayuda de una compañera que las guiaba sólo con la voz. A todas las chicas les gustó bastante porque se metían en el papel de un invidente y les enseñaba a empatizar con los invidentes, aunque les dio también algo de miedo. “Me gustó mucho la experiencia de meterme en el papel de un ciego aunque a veces me daba un poco de pánico porque me podía chocar con algo”, comentó una de las jugadoras ‘lituanas’. El respeto a la oscuridad y la poca adaptación a perder uno de los sentidos quedó plasmado en algún tropiezo sin consecuencias.
No se terminó aquí su experiencia a ciegas. Después, una vez en la sala de descanso, Héctor enseñó al grupo tres vídeos que mostraban diferentes deportes adaptados en los que las personas discapacitadas pueden participar como aficionados o llegando hasta los Juegos Paralímpicos. A todas las jugadoras les pareció fascinante la capacidad que tenían estos deportistas y comentaron en grupo con su monitor lo difícil que ha debido ser adaptarse a la vida para ellos.
La actividad guardaba otra sorpresa para el final: la práctica del Goalball. Este es un deporte que sólo practican los ciegos. Por ese motivo, las chicas se tuvieron que volver a vendar los ojos para anular su sentido de la vista. El campo de juego estaba limitado con unas cuerdas fijadas con cinta adhesiva al suelo para que los jugadoras con su tacto pudiesen reconocer las líneas de la pista.
El juego consistía en marcar un gol con una pelota parecida a una de baloncesto, pero que contenía una serie de cascabeles y que al rodar por el parqué, hace que suene lo suficiente como para que los jugadores puedan localizar la pelota con el oído. “Jugar al Goalball me ha ayudado a mejorar mi sentido del oído y la orientación”, insistía una de las adolescentes del Campus del Estudiantes antes de abandonar la sala con una sensación común para todo el equipo: “Yo volvería a jugar a este deporte”.
Chloe Aranzana