
Del Estu nunca se puede ser por casualidad, eso está claro, y más en mi caso, viviendo a 600 km del Magata.
Realmente esta historia tiene otro protagonista y ese es mi padre Alberto. Todo arranca en los años 50 donde la dureza de mi tierra gallega le llevó hasta la capital de España a labrarse una vida mejor. Y recaló en el Ramiro, con tan sólo unos 11 años. Todo nuevo para alguien que descubrió, entrando por la Calle Serrano, lo que era una canasta. Ese momento lo cambió todo, y por supuesto, años después, a mi.
Eran años mágicos, donde el baloncesto lo inundaba todo, donde se ninguneaba el campo de fútbol, donde los niños sólo esperaban la sirena del recreo para salir al patio y encestar una vez más.
Cuando dejó Madrid se trajo consigo mil y una historias imborrables que yo una y otra vez le pedí que me contase y él, con la misma ilusión que la primera vez, me volvía a contar : aquel pase de Vicente Ramos, o aquella permanencia agónica con Martínez Arroyo de “base-salvador”; la elegancia de Sagi-Vela; aquellos partidos en La Nevera ganando al Madrid de uno, lo entrañable que era Mimoun o la bondad de Don Antonio Magariños con todos los chavales del colegio y su “vista gorda” con los que jugaban al baloncesto.
Con todo esto, y viendo el brillo de sus ojos contando cada una de estas anécdotas vividas resultaba imposible que yo, un enano de unos ocho años, no me hiciera del Estu, algo incomprensible para cualquier renacuajo de mi edad en el año 88 en una Galicia donde resultaba difícil entender no ser de ningún equipo futbolero.
Pero así fue, así me hice del Estu, confirmando mi “Demencia” cuando aquel Estudiantes Todagres de Russell y compañía recaló en Vigo para jugar una Copa del Rey, de ese modo pude darme cuenta, al verlos en directo, que si, que mi pulso se aceleraba en cada canasta, ya era del Estu.
Luego llegarían muchos más partidos, sufrir en la distancia aquel enfrentamiento contra el Macabbi para irnos a Estambul, vibrar con otro triple imposible más de Nacho o llorar de alegría con las Copas ganadas y siempre, junto a mi padre.
Es por ello que acabo así mi historia, mi historia del Estu, agradeciéndole a mi padre que un día, quien sabe si por casualidad, me hablo de algo llamado Estudiantes y que hoy, cada día más, nos une, sufriendo juntos, por nuestro Estu. Gracias papá, tu eres espíritu del Ramiro y alma de baloncesto, sigamos disfrutando por mucho tiempo de esta bendita locura llamada Estudiantes. El Estu, es otra historia, nuestra historia.
Siempre Estu.
ALBERTO ALCALDE GIRÁLDEZ
Mi padre aparece en esta fotografía junto a Antonio Magariños que sale publicada en el libro de la historia. Es el cuarto empezando por la izquierda, fila de arriba. |
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