Aquel lunes de invierno no era tan frío como marcaban las temperaturas… el Estu se había colado en la final de la Copa del Rey y se jugaba en lunes, ¿os acordáis?
He de reconocer que no me desplacé el fin de semana entero a Álava porque estaba en época de exámenes y que no había preparado las asignaturas, pero con un examen el mismo martes por la mañana y la final en el Araba Arena (el nombre actual es posterior al título estudiantil), la balanza claramente se decantó por mi equipo del alma. A día de hoy ya tengo el título de licenciado y, por suerte, ni recuerdo la asignatura que me dejé para septiembre.
Un grupo de fanáticos, todos ellos con abono de casi dos décadas a sus espaldas (entre ellos, un tal Javier, el muchacho aquel que fue portada del Marca cuando se abrazó en el mismo parqué a Jiménez tras aquel triple desde 17 metros frente al Manresa en el Palacio), salimos en dos coches a eso de las tres y media de la tarde de Madrid. Si, ya lo sé, fuimos mangados y llegamos una hora antes del encuentro para pillar las entradas, porque yo iba sin entrada a la aventura. Y no se debe hacer.
Tras rogarle a un vitoriano que me vendiera la entrada porque era la segunda final de Copa que veía en directo, tras el estrepitoso fallo de aquel triple en Zaragoza de Herreros, el tipo en cuestión accedió y, apenas, sin engordar la reventa. Juro por dios que hubiera pagado todo el dinero que llevaba encima, como 200 € para un chaval de poco más de veinte años, por aquel pase.
El partido ya lo conocéis todos, ganamos al Pamesa y comenzó la granujada. Ataviados con nuestras chilabas estudiantiles, pero con sendos pases de prensa, Javier Dávila (abonado y estudiante del Ramiro de Maeztu) y este que escribe se colaron en el parqué. Subido encima de él, comencé a cortar una de las redes; mientras que Coyote (creo que está en la directiva actual) cortaba la otra red (muchos aseguran que la sacó a la venta en ebay). Toda la noche con la red en nuestros cuellos y repitiendo una frase: ¿Hueles esto? Huele a victoria.
Nos fuimos directos al hotel donde se alojaban los jugadores para empezar el festival de cubatas. Cada vez que entraba cualquiera en la recepción, desde el bar del hotel ya le jaleábamos cualquier cántico. Vandiver nos invitó a la primera ronda, diciendo a la camarera que pasara la cuenta de los chicos a su habitación. Como sobraban copas, invitamos a unos valencianos que teníamos allí mismo. Nacho nos dio las consignas de donde teníamos que ir a continuación. Por lo visto, los dos finalistas cenaban con el alcalde en un local de Vitoria. Allí mismo nos plantamos y se apuntó a nuestra juerga un cámara del plus para seguir la celebración. A ese muchacho también lo pusimos malo y, en compensación, al día siguiente nos sacó en El día después de la sección basket que había por aquella época bajo el cántico de “Polanco, súbele el sueldo”.
Debo omitir ciertas subidas de tono de aquella noche, pero recuerdo que hasta los secretas que acompañaban al alcalde nos ponían caras de cortaros un poquito. Ello motivó la reacción de algunos vascos, que también se quisieron unir a nuestra fiesta, entre ellas dos baskonistas que también nos acompañaron toda la noche. En ese mismo local, según apareció nuestro difunto presidente, soltó esa frase al camarero que queríamos oír otra vez: «Esta se la pasas al Club Estudiantes». En nuestro júbilo pedimos dos raciones de ibérico, como no. Creo que esas las pagamos nosotros.
Una vez más, Nacho salió, esta vez con el bigote pintado a lo Groucho Marx, para dar las consignas de donde debíamos ir; y de paso, facilitarnos tres pases para la discoteca.
En aquel garito sólo había cheersleadres, jugadores, prensa y nosotros. Por ello, media noche me la pasé de juerga con Felisuco (El Informal) y un tal Mario (Caiga Quien Caiga). Recuerdo a Vandiver bailando con una botella de alcohol en una mano y dándole vueltas con la otra a una de las guapas animadoras. También recuerdo a aquel balcánico que jugaba en Pamesa, al que le dije en el baño: “Lo siento por la derrota. El año que viene serás bien recibido en Madrid”. Lo más gracioso es que así fue y pasó por nuestro Club tres años más.
No sé como ya eran las seis de la mañana y todavía estábamos en un after con Azofra y Asier García, quien me firmó en la chilaba una gran frase que todavía conservo. El más sereno de todos nosotros consideró que debíamos irnos a dormirla porque había que estar al día siguiente bañándonos en los delfines. Así que nos despedimos de los jugadores para levantarnos a eso de las nueve y pico en un coche aparcado en dirección contraria frente a la catedral de Vitoria. Tomamos dos cafés, compramos la prensa local y cogimos el coche de vuelta. Sin apenas gasolina, tuvimos que parar en Aranda de Duero, cuando nuestra sorpresa fue mayúscula: ¡¡Joder, pero si son los jugadores!!
Había gente pidiendo autógrafos a los campeones y recuerdo la cara que pusieron Nacho y Asier cuando nos vieron, haciendo el símbolo de me quito el sombrero. Entramos a comprar un bocata en la gasolinera y seis de los jugadores de la plantilla nos hicieron un pasillo y nos aplaudieron agradeciendo nuestra entrega. Es uno de los momentos más importantes en mi vida como aficionado del Estu, con la red en el cuello, eso sí.
Saludamos a los chicos, les dijimos que sólo ellos eran los responsables de aquel triunfo y nos plantamos en la República Argentina cinco minutos antes que la plantilla. No nos bañamos, pero sí pude saludar por última vez a Asier, que me repitió: “Socio, eres un crack. ¿Qué coño haces aquí también?” El encuentro con mi padre y el resto de abonados que no pudieron venir fue el broche final de uno de los días más cojonudos de mi vida.
Este sábado ya he formalizado mi reserva a Valladolid, el Estu se juega otra final y no quiero perdérmela.
PD: Conservo videos que atestiguan todo lo que digo, así como dos nudos gruesos de la red, ya que se repartió entre multitud de amigos aficionados. Mi padre conserva aquel regalo en un lugar especial de su despacho en la oficina.
Marcial Pita
04846601h