Todo empieza cuando, todavía bien dormidos, hay que bajar a la recepción después de desayunar, con la ropa de entrenar y una mochila donde se guardan las zapatillas de entrenamiento para que no se llenen de polvo las pistas del pabellón. No puede faltar tampoco la inseparable botella de agua.
En el ‘hall’ esperan los compañeros de grupo, porque aquí en el Campus de Estudiantes se da mucha importancia a eso de ‘hacer piña’. Una vez están todos, el entrenador guía al grupo a través del párking del albergue, siempre abarrotado de coches.
Es aquí donde empiezan las cuestas, que para bajar son ‘muy cómodas’ con sus piedrecitas que hacen patinar a los deportistas. Eso sí, siempre hay que ir por la acera no vaya a venir ningún coche. “¿Pero por aquí pasan coches?”, se pregunta un compañero a unos 2.000 metros de altura. La siguiente etapa del descenso son unas escaleras metálicas. Al bajarlas se encuentra ya con la puerta del CAR. Objetivo logrado.
Otra cosa es la subida. Pese a ser el mismo recorrido se hace mucho más largo, debido al cansancio. La suerte es que el buen ambiente del grupo y las anécdotas hacen que el ‘caminito’ se haga más llevadero. “¿Qué haces en medio de la carretera?”, dijo el entrenador en un tono demasiado amable para ser verdad. “Andar”, le contestó el deportista.
Y este es el agradable camino que hay que hacer para ir a entrenar y para volver después de un día de trabajo en el Campus de ‘La Cima del Baloncesto’, cuando solo deseas meterte en la cama para dormir.
Javier Ocho de Aspiazu