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EL ÍDOLO HUMILDE por Juan Francisco Escudero

13 julio 2007

El base, que afronta ahora una nueva etapa como ayudante de Mariano de Pablos, repasa los variados avatares de su carrera en un interesante reportaje de Juan Francisco Escudero

EL ÍDOLO HUMILDE por Juan Francisco Escudero

Aquel muchacho que acudía al histórico Magariños a ver de cerca a sus ídolos de juventud, a Vicente Gil, a Fernando Martín… aquel joven jugador que nunca tuvo la sensación de que el baloncesto se convertiría en su profesión, finalmente creció y pasó a formar parte del reducido grupo de deidades adoradas por una afición que acepta como una parte fundamental de su existencia a estos niños formados en el Ramiro de Maeztu. Nacho Azofra es ya el último exponente y quizás el más importante de la nostalgia que sobrevuela las canchas que un día le vieron nacer como jugador. “El Ramiro de Maeztu imparte una filosofía muy clara, la formación humana, personal, y no únicamente deportiva. Siempre fue un colegio en el que el baloncesto ocupaba una parte fundamental de sus enseñanzas, se intentaba inculcar en la mente de los jóvenes que cada jugador es importante, aunque lo fundamental era el conjunto, como lo era compartir la personalidad propia con otras personalidades, llegar a adaptarse a todas ellas. Todo esto es todavía perfectamente posible”.

El Club Estudiantes está compuesto por multitud de equipos en todas las categorías formativas, donde la mayoría de chicos y chicas comparten la ilusión de algún día llegar a ser jugadores de buen nivel en el panorama local y nacional. Para ello disponen de un espejo en el que mirarse, como bien explica Nacho: «El equipo de la ACB es el espejo de los jóvenes, el estímulo perfecto para que nunca dejen de trabajar, para que se esfuercen. Podríamos denominarlo como la punta del iceberg de una inmensa organización, pero que no se nos malinterprete, nunca tuve la mentalidad de equipo pequeño, nosotros siempre fuimos competitivos, queríamos ganar, en mi periplo colegial siempre o casi siempre llegábamos a semifinales de la ACB y lejos en la Copa del Rey. Desde el principio quisimos dejar claro que jugar contra nosotros no era tarea fácil, a pesar de nuestras limitaciones».

Los orígenes

La ilusión de Nacho siempre fue competir, no despuntar ni llegar a profesional, simplemente divertirse jugando, como él mismo dice, aplicar el sentido lúdico al juego. Desde muy pequeño el deporte de la canasta ocupó un lugar privilegiado en su personalidad, hasta el punto de hacer con bastante asiduidad algo que todos nosotros hemos hecho ocasionalmente: «Siempre estaba jugando, entré en los equipos infantiles con 10 años y desde 1º de BUP hasta COU mi prioridad no estaba en las clases sino en las canchas, hacía pellas continuamente, pero era relativamente buen estudiante, al fin y al cabo sacaba las asignaturas con solvencia. Sin embargo, nunca tuve la sensación de que esto se convertiría en una profesión y encima tan duradera, incluso estando en el primer equipo no era demasiado consciente de que mi futuro estaría ligado a este deporte».

La constancia dio sus frutos finalmente y Nacho se integró en el primer equipo en la temporada 88-89. «De juvenil ya entrenaba ocasionalmente con la primera plantilla, pero lo realmente duro llegó en mi última temporada como junior; trabajaba con los dos grupos, 5 horas diarias, a las 6 de la tarde llegaba a la cancha y no me iba hasta las 11, cuando al fin me sentaba en el sillón de casa estaba reventado, no podía más. Pero no había de qué quejarse, era lo que me gustaba, con 18 o 19 años se aguanta todo».

A mediados de los años 80 el pabellón Antonio Magariños vibraba con dos jugadores americanos que dotaban al equipo de los ingredientes necesarios de espectacularidad y precisión que necesitaba para auparlo (o al menos intentarlo) al puesto de “primer equipo de Madrid”: el alero volador David Russell y el inteligentísimo pívot John Pinone. Con ambos, más un grupo de aguerridos jugadores nacionales y con los hermanos Garrido al frente, el Estudiantes ofrecía a sus espectadores duelos vibrantes contra las mayores potencias de la liga. Pero a nuestro protagonista le tocó llegar al primer equipo en un momento de cambios: «Subí junto a César Arranz y Alberto Herreros. Miguel Ángel Martín “El Cura” era ya el primer entrenador y David Russell había abandonado la disciplina estudiantil. Por allí quedaban Antúnez, Montes, García Coll, Pinone, Rodríguez, Orenga, y un gran alero norteamericano llamado Ricky Winslow».

A pesar de todo, a Nacho jamás se le subió a la cabeza el éxito de haber llegado a la cima de las aspiraciones de todo alumno del Ramiro. Su aureola de chico humilde, sencillo, de ser uno más, permaneció fiel a su temperamento, a su personalidad. Y aquí están algunas pruebas que lo corroboran: «En las vísperas de los partidos importantes me iba al colegio a jugar pachangas con los chavales más jóvenes, nos íbamos a las pistas de mini-basket a meterla para abajo. Me sentía como uno más, y ellos me hacían sentir como tal. Afortunadamente nunca me lesioné en uno de estos partidos improvisados, así no tuve que inventarme ninguna historia para justificar lo injustificable… ni que decir tiene que estaba completamente prohibido».

Y en cuanto al desplazamiento a los partidos y a los entrenamientos: «Me desplazaba en metro o en autobús a la cancha, no me saqué el carnet de conducir hasta los 30 años, y mi primer coche fue un Peugeot 205 verde que me dejaba mi madre. Lo tuve hasta no hace demasiado tiempo. La verdad es que en ese sentido se me podía considerar como un bicho raro».

Realidades antagónicas

Al hacer mención al Estudiantes o a alguno de sus componentes más carismáticos no podíamos pasar por alto al principal rival, una némesis que surge espontáneamente como una de las consecuencias principales de las particulares idiosincrasias de ambas instituciones, la lucha de David contra Goliat, la del débil frente al poderoso. El hecho de que el club se considere como una organización de cantera, formadora y sin un presupuesto que pueda competir con el de las grandes potencias hispanas, hace que su antítesis en la misma ciudad pase a ocupar el lugar de cuasi único enemigo deportivo. Estamos hablando del Real Madrid, por supuesto. Nacho nos da su punto de vista: «Para nosotros el Madrid era el “Trampas”, apodo cariñoso que le aplicábamos. Se sacaba mucho a colación el viejo chascarrillo de que tenía comprados a los árbitros, en fin, que el Madrid como institución no es que nos cayera muy bien. Y digo esto porque yo seguía los partidos de pequeño en la grada y vivía estos duelos como especiales, me imbuí totalmente en la filosofía del Ramiro. Los alumnos del colegio siempre fueron mayoritariamente del Atlético de Madrid, se respiraba un antimadridismo contagioso. Por supuesto que nos motivábamos especialmente en un partido contra ellos».

Pero matiza su opinión: «Lo que más me gustaba no era ganar al Real Madrid, sino al madridismo futbolero, pero la palabra odio jamás la utilicé, y ahora tampoco. De hecho, este año 2007 estoy encantado con que haya triunfado el proyecto de Joan Plaza, me gusta el tipo de juego que han desarrollado, sin ataduras, bonito de ver. Me atrae más que el de Ivanovic en el Barça, por ejemplo».

Y al hablar del Real Madrid surge, como no podía ser de otra forma, el azote del madridismo, la Demencia. La hinchada del antiguo Magariños, como el equipo, ha pasado sus momentos: «Yo de pequeño me ponía con ellos en el “Magata”, fueron unos buenos años, brillantes, ocurrentes, y en el Palacio de los Deportes, coincidiendo con la época dorada del club (principios de los 90), tres cuartos de lo mismo. Después ha llegado un poco la decadencia, se ha hecho más futbolera. Con todo y con eso, la gracia aún la conservan».

La particular intrahistoria de la afición estudiantil va de la mano de los genuinos, allá en los 70 y 80, los “fieles” a la conversión al Islam por parte de la España deportiva. “Gavioto” es uno de ellos: «La gente como “Gavioto” poseía una inventiva increíble, eran creativos, ocurrentes. Pero como todos se hicieron mayores, perdieron el interés por el baloncesto, ahora ya no significa mucho. Creo que todo tiene un momento en la vida de cada uno, y ese momento de juventud y pasión por el basket ya pasó».

Las iras más furibundas y las puyas más hirientes se dirigían a los “traidores” que abandonaban el Estudiantes en busca de la gloria y de los dólares del Bernabeu. La marcha que más dolió en el seno estudiantil fue la de uno de los ídolos del Ramiro de Maeztu, Alberto Herreros: «Alberto lo pasó realmente mal, era un ídolo para la afición, y además era del Atleti en fútbol. En el primer partido que se enfrentó a nosotros salió nerviosísimo, tiró una auténtica piedra en su primer lanzamiento; la semana previa había sido muy dura para él. Ni que decir tiene que yo respeto profundamente las decisiones de mis compañeros, incluso coincidíamos en la pista como contrarios y nos reíamos de los eslóganes de la Demencia».

Antes se marcharon unos, después también Orenga, Mikhailov, los hermanos Reyes… Es ley de vida y de mercado, el valor de una economía más poderosa. Hablando de eslóganes curiosos, Nacho nos cuenta el más chocante que vio en un partido en el que ni siquiera se enfrentaban al Madrid: «Realmente ahí la Demencia se pasó de la raya, jugábamos un partido de competición europea por la noche, mientras el Madrid llegó esa misma mañana de un viaje fuera de España y sufrió un aterrizaje de emergencia, no recuerdo si era el de fútbol o el de baloncesto, pero daba igual. Vimos una pancarta en el palacio que rezaba: “GRACIAS IBERIA, AL MENOS LO HABEIS INTENTADO”.

Un nuevo reto

Llegó 2006 y el contrato que ligaba a Nacho con Estudiantes expiraba. Él quería continuar en activo un año más. «Lo cierto es que creí que ya no teníamos nada más que ofrecernos mutuamente, mi hora de abandonar había llegado. Estuve esperando unos meses a ver si llegaba una oferta interesante, si no me retiraría definitivamente. En diciembre llegó la del Bilbao Basket, donde he pasado una media temporada bastante positiva».

Pero cuando se le pregunta si no le habría apetecido continuar un año más, Nacho contesta taxativamente: «Han sido 19 años, creo que de momento ya está bien».

Es la hora de la retirada y de echar la vista atrás. Ahora le toca el turno al Azofra entrenador, como asistente de Mariano de Pablos en la primera plantilla del MMT Estudiantes, un paso muy importante para alguien que inicia de esta manera su andadura mirando en esta ocasión los toros desde la barrera. «Parto de cero como entrenador, pero mantengo la misma pasión por el juego que tenía cuando empecé. Sigo en el mundo que me gusta y además tengo el conocimiento de cómo piensa y funciona un jugador de elite, espero que todo esto me sirva».

Para un jugador que hasta bien comenzada su andadura profesional no tuvo claro que el baloncesto se convertiría en su destino, los números acumulados no están del todo mal, ostenta los records ACB de su equipo de toda la vida de más asistencias repartidas (y el segundo de toda la historia de la ACB), triples anotados y partidos jugados. Aquel jugador cerebral, gran pasador, con gran visión de juego y buenas dotes de mando al fin ha decidido colgar las botas, ya no le veremos vestido de corto sobre una pista de baloncesto, al menos sobre una cancha de nivel profesional, porque quién sabe si un buen día volverá por el Ramiro a echar unas pachangas con los jóvenes, a meterla para abajo en las canastas de mini-basket y a sentirse de nuevo como el colegial que quizá nunca dejó de ser del todo. Se va el inolvidable Nacho-cho.

* Este artículo es un extracto del libro que saldrá en 2008, del mismo autor, y que se llamará «Históricos del baloncesto español»