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La leyenda de Emilio Segura

2 agosto 2017

Se cumplen 2 años del fallecimiento, a la edad de 69 años, de Emilio Segura; jugador del primer equipo de Estudiantes entre los años 1963 y 1967. Segura se formó en la cantera estudiantil, mientras cursaba sus estudios en el instituto Ramiro de Maeztu.

La leyenda de Emilio Segura

Se cumplen 2 años del fallecimiento, a la edad de 69 años, de Emilio Segura; jugador del primer equipo de Estudiantes entre los años 1963 y 1967. Segura se formó en la cantera estudiantil, mientras cursaba sus estudios en el instituto Ramiro de Maeztu.

Alero de 1,78 metros – una altura nada desdeñable para la época- se proclamó con Estudiantes campeón de España juvenil en 1963-64. Ascendió al primer equipo esa misma campaña, junto a otras dos leyendas del baloncesto español como son Aíto García Reneses y Vicente Ramos.

Segura jugó cuatro temporadas con el primer equipo de Estudiantes, siendo uno de los pilares de un equipo habitual en los puestos de privilegio (terceros, cuartos y quintos) de una Liga Nacional dominada entonces por el Real Madrid que entrenaba Pedro Ferrándiz.

Una canasta para la leyenda
La única liga que no ganaría Ferrándiz fue precisamente “por culpa“ de Emilio Segura, como el propio preparador alicantino recordaba en ACB.com: “aquella fue la única Liga que perdí (de trece disputadas), como para no tenerla grabada”.

En la última jornada de la temporada 1966-67 el conjunto merengue se jugaba la Liga en La Nevera: debía ganar al Estudiantes, y si no la liga volaría a Badalona. En un igualado encuentro, con 73-75 en el último minuto, Emilio Segura anotó sobre Clifford Luyk dos canastas de leyenda que fueron decisivas y dieron el título al Joventut y el tercer puesto al Estu.

Y como en toda leyenda, hay muchas versiones de cómo fue.

Así lo contaba el propio Emilio Segura en el libro «Club Estudiantes. 60 años de baloncesto» editado por la Fundación Estudiantes.

«Yo no había entrado en juego en todo el partido cuando, a falta de tres minutos para el final, Juan Martínez Arroyo abandonaba el campo al cumplir su quinta falta personal. En ese momento perdíamos por dos puntos ante el Madrid. Estudiantes coordina un ataque. Aíto me envía una asistencia y, pese a la presencia defensiva de Luyk, yo salto por encima de él, por el lado derecho de la zona. Suelto el balón por encima de Clifford, como hace ahora Juan Carlos Navarro, consiguiendo a tablero la canasta. En el salto sobrepaso a Luyk, pero al tiempo que entra el balón, defensor y atacante, los dos, caemos al suelo».

Tras la épica, llega la leyenda. Los tobillos de Ferrándiz se convierten en inesperados muelles a propulsión que lo hacen despegar de su banquillo para protestar enérgicamente la caída de Luyk. Casi al mismo tiempo, el árbitro principal, Sancha, hace el inequívoco gesto que señaliza personal en ataque, esto es, golpeando su puño diestro sobre la palma izquierda. Bien, hasta ahí todo claro.

Inmediatamente, y mientras Sancha comienza a caminar hacia la mesa de anotadores, también inicia el movimiento de apertura y cierre de brazos, es decir, lo que estipula el reglamento baloncestístico para certificar que la canasta no es válida. Es entonces cuando la Nevera se convierte en un infierno de rugidos y quejas: la multitud brama ante la decisión arbitral, los jugadores se llevan las manos a la cabeza, el banquillo de Estudiantes se lamenta amargamente y hasta algunos periodistas presentes se atreven a echarle en cara la decisión al trencilla, gritándole a voces: “¿Pero qué estás pitando, Ángel, por el amor de Dios?”

Las distancias siempre son relativas, y en el mundo del baloncesto más. En este caso tenemos un buen ejemplo: la pequeña distancia existente entre una canasta y la mesa de anotadores fue, en aquella ocasión, la gran distancia que hay entre una canasta válida y una no válida. Entre ganar un partido y perderlo. Entre ganar una Liga o perderla. Entre la justicia y la injusticia. Entre la gloria y el deshonor.

Lo cierto es que el recorrer ese espacio ante las atronadoras quejas de miles de aficionados parece que algún efecto debió de surtir en el bueno de Sancha. Llegado a su destino, el colegiado eleva convenientemente el tono de su voz y empieza a acompañar el movimiento de sus brazos con la frase “¡Fuera, fuera, todo el mundo fuera!”, apartando a jugadores y técnicos que tratan de interrumpir su camino. Una vez detenido delante del fatídico tabernáculo de anotación, y ante el silencio de casi todos, Sancha grita a pleno pulmón:

«¡Personal en ataque del número 8 de Estudiantes! ¡Vale la canasta! ¡Dos tiros libres para el número 13 del Real Madrid!»

Las protestas ahora cambian de bando: son los madridistas quienes braman porque ellos más que nadie, pero prácticamente todos, han interpretado las brazadas de Sancha como que la canasta quedaba anulada por la misma falta personal en ataque.

Años más tarde de este suceso, el colegiado explicaba su decisión al periodista Justo Conde:

«Fue una mala interpretación por parte vuestra de mis ademanes. Yo simplemente intentaba que se apartaran los jugadores de mi camino al tiempo que iba repitiendo, ¡dejadme solo, dejadme solo!»

¿Fue en realidad como lo pinta Sancha, o la presión del público de la Nevera pudo con él y le obligó a dar por válida una canasta que previamente, tal como casi todos entendieron, había anulado por falta en ataque? Escoja usted, querido lector, su parte de leyenda favorita.

Mientras tanto, nosotros debemos volver al encuentro, al que hemos dejado con dos tiros libres para Luyk. El pívot blanco estaba entonces en una época de desencanto con este apartado del juego. Fallaba muchos más de los que anotaba, pecado mortal en un jugador como él, que tantas y tantas veces acudía a la línea para cobrarse las personales que sus defensores le hacían. Hacia esa fatídica distancia, otra más, se dirigió el pívot blanco, abrumado por la responsabilidad y, naturalmente, rodeado de una tormenta de silbidos, gritos e improperios procedentes de la claque del Ramiro, sin olvidar el vudú que debían de estar haciéndole los telespectadores badaloneses delante de sus televisores.

Primer tiro, primer fallo. Segundo tiro, segundo fallo. En esta ocasión, otra distancia relativa, la de los 4’60, marcaba el desarrollo del encuentro. El rebote es para Estudiantes y quedan treinta y cuatro segundos de partido. Con la vuelta a la épica, cedemos otra vez la narración a la Bomba Segura:

«Iniciamos un nuevo ataque pero perdemos el balón, con lo que el Madrid reinicia su última posesión y ataque. Un pase de José Ramón Ramos a uno de sus compañeros lo intercepto yo, y contraataco en solitario, encestando de nuevo. ¡Habíamos ganado y el Madrid perdía el título de Liga! Fue un momento especial, nuestros seguidores me abrazaban y no me dejaban ir a la ducha. Finalmente me subieron a hombros como a los toreros».

Emilio Segura, cortando un balón al excolegial Ramos, hace el 77-75 final, tras haber empatado a 75 en la polémica jugada anterior. Cuatro puntos seguidos, sus únicos encestes en aquel partido, que valen una leyenda. La Nevera vibra como nunca lo hizo hasta entonces, Luyk se retira compungido, al tiempo que Ferrándiz asesina con la mirada a Sancha.

Los aficionados colegiales, arrastrados por un torbellino de placer y de emoción, sacan a hombros al torero Segura y al maestro de toreros, Ignacio Pinedo, mientras que en Badalona, donde el Juventud es campeón de Liga, la alegría corre paralela al descorchar de botellas de cava. Concretamente, Freixenet Carta Nevada, según confesaría años después el entonces entrenador verdinegro, Eduardo Kucharski.

Estudiantes 77 – Real Madrid 75. El Estu acababa de dar una lección que todavía perdura en la Liga: hay que salir a ganar por encima de todas las circunstancias. Bueno, y si encima el perjudicado es el equipo blanco, pues un poco mejor. El propio Segura nos relata una magnífica valoración del impacto de aquella victoria:

«Éramos un equipo amateur que había ganado a otro profesional al que, además, odiábamos en el más puro sentido deportivo. Siempre nos estaban (nos están, que todavía continúan en pleno siglo XXI) quitando jugadores, por lo que vencerlos era una sensación increíble».

 


En versión reducida y en vídeo, lo contaba Javi Salgado en el aniversario de la canasta en un vídeo preparado por el club colegial.

De los pocos jugadores con una peña con su nombre
Para recordar su leyenda, en 2001 un grupo de aficionados estudiantiles creó la “Peña Emilio Segura”; siendo el único jugador de toda la historia de Estudiantes, junto a Rafa Vidaurreta, que tiene una peña oficial con su nombre.

Hasta el final de sus días Emilio Segura, que ha fallecido tras una larga enfermedad, estuvo vinculado a Estudiantes, especialmente a través de la Asociación de Veteranos, de la que era uno de los asociados más activos.