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Toda una vida. Por Paco López Pinero

24 mayo 2016

 Mi primer partido de baloncesto fue a finales de los 90, un Estudiantes-Baskonia al que nos llevó el padre de un amigo cuando tenía 7 años. Ganó el Estu, a mí me llamó la atención un tal Azofra, y decidí que mi equipo iba a ser el Estudiantes. No volví a ir a un partido […]

Toda una vida. Por Paco López Pinero

 Mi primer partido de baloncesto fue a finales de los 90, un Estudiantes-Baskonia al que nos llevó el padre de un amigo cuando tenía 7 años. Ganó el Estu, a mí me llamó la atención un tal Azofra, y decidí que mi equipo iba a ser el Estudiantes. No volví a ir a un partido de baloncesto hasta al menos cinco o seis años después, cuando de vez en cuando el Estudiantes sacaba entradas baratas e íbamos mis amigos y yo a ver el partido desde las últimas filas del Madrid Arena, sin importarnos demasiado el resultado ni mucho menos la clasificación de la liga, simplemente pasábamos un buen rato viendo buen baloncesto y escuchando a los locos de la Demencia.

Hasta que llegó el 2007 y vimos que el abono estaba a un precio que, con el aumento que nos habían hecho en la paga de los domingos, nos podíamos permitir. Efectivamente, nuestra primera temporada como abonados fue la 2007/2008, la del “Que No Bajamos”. Allí estábamos cada quince días sufriendo en el Madrid Arena mientras tirábamos aviones de papel desde la grada a ver si alguno llegaba al campo y nos apuntábamos las canciones de la Demencia para luego estudiárnoslas durante las clases aburridas del colegio. Después de toda la temporada viendo los partidos sentados desde el gallinero, llegó el crucial partido contra el Menorca, un miércoles con el Pabellón hasta arriba, en el que si perdíamos descendíamos a LEB. Decidimos bajar a animar con los de la Demencia, ya que nos sabíamos bien las canciones y dada la trascendencia del partido, había que dejarse la voz. Después de aquel partido no volvimos nunca al gallinero.

Es curioso que un año atrás yo no era un gran aficionado del baloncesto, ni del Estudiantes. No había disfrutado de los años gloriosos. Sin embargo esa temporada, quizás una de las peores de nuestra historia, fue la que a mí me enganchó, y me hizo saber que iba a pasarme toda la vida sufriendo con el Estudiantes.

Y así seguimos renovando el abono cada temporada, siendo puntuales en nuestras citas quincenales primero en el Madrid Arena, luego en Vistalegre y más tarde en el Palacio de los Deportes. En 2010 conseguí entrar en la carrera de Medicina y pensaba que a la par que mi vida social, mi afición por el baloncesto también se vería afectada. No fue así. Podía estar agobiado con trabajos, prácticas o exámenes, y verme obligado a renunciar a viajes, comidas familiares o quedadas con los amigos de siempre; pero cuando había partido del Estudiantes, sentía una necesidad imperiosa de asistir a animar a mi equipo.

Mi paso por la Universidad ha ido pasando con más penas que glorias. Básicamente estos seis años han consistido en ir apurando hasta el último examen para ver si conseguía pasar de curso. Todos los años me paso Mayo y Junio haciendo cuentas: por un lado para ver cuántos créditos me quedan por aprobar y conseguir no repetir y por otro, para ver cuántas victorias le quedan al Estu para salvarse.

En Mayo de 2012 pasaba por un mal momento personal que no me dejaba estudiar. Me encontraba ya desahuciado, veía que no aprobaba ni el recreo y que repetir curso era totalmente inevitable. Así llegó el examen final de Anatomía, una de las imposibles que tenía ese curso, y en la que nadie apostaba un duro por mi aprobado. El examen consistía en una parte teórica y otra práctica que se hacía el día siguiente. Salí el jueves 3 de Mayo del examen teórico y, mientras mis compañeros se quedaban en la biblioteca repasando las inserciones de los músculos, los recorridos de los nervios y las ramas que salían de cada arteria, yo decidí dar el suspenso por consumado, guardé los apuntes en la taquilla, saqué mi bufanda del Estu y me fui corriendo a Chamartín porque aún llegaba a tiempo para coger el AVE a Valladolid y comprobar si también ese día se consumaba el descenso de mi equipo.

Finalmente ganamos ese partido, alargando la agonía unos pocos días más, y yo me presenté a mi examen al día siguiente como quien acude a firmar su propio certificado de defunción. Recuerdo que llegué tarde a ese examen, que estaba rodeado de gente histérica murmurando nombres y más nombres de arterias que yo no tenía ni idea de donde podían encontrarse, y que en mi cabeza seguía escuchando a Lucas Nogueira cantando el ‘Au se eu te pego’ con el que nos había deleitado en el tren de vuelta desde Pucela la noche anterior. Aun no sé cómo, pero contesté bien todas las preguntas del examen, y acabé con un 8 en la asignatura.

El milagro no se hizo realidad. Ese domingo el Estudiantes perdió el ya histórico partido contra el Murcia, finalizando la liga en posiciones de descenso. Yo no aprobé ningún examen más ni en los finales ni en las recuperaciones, y me acabaron quedando nueve. Finalmente el Estudiantes se salvó, o como se le quiera llamar a lo que pasó, y se quedó una temporada más en ACB. Yo sí repetí curso, por primera y hasta ahora última vez en mi vida.

Y cuatro años después aquí nos encontramos, en una situación muy similar. El Lunes, examen de Oftalmología, cuatro asignaturas ya pendientes para las recuperaciones, y yo con unas entradas para el partido del Domingo en Donosti. Pase lo que pase, no vale rendirse.

Paco López Pinero